sábado, 2 de noviembre de 2013

REVOLUCIÓN


1) Restablecimiento del orden social natural mediante la restauración del Estado en sus funciones comunitarias.

2) Cambio profundo de estructuras, cualesquiera sean su sentido histórico y sus resultados.


Las dos últimas acepciones son incorrectas. Revolución significa "vuelta atrás": no vuelta al pasado, por cierto, sino al orden natural desvirtuado por la incapacidad funcional del Estado debilitado u "ocupado". La revolución no es un accidente, lamentable o feliz, que viene a quebrar la duración histórica, ni, con mayor razón, una enfermedad del cuerpo social. No se la puede confundir de ninguna manera con procesos subversivos tales como las mal llamadas "Revolución Francesa" y "Revolución de Octubre".

Lejos de ser causa de perturbación, el proceso revolucionario marca, por el contrario, el final de una crisis que resuelve. Por una mutación análoga en cierta medida a la mutación biológica, y cuyos factores tenemos que buscar en la anarquía o el desequilibrio de las fuerzas en presencia, adapta la estructura de la sociedad existente a sus propias condiciones de desarrollo. Vale decir que no puede considerarse en ningún caso ni como un hecho casual ni como el resultado de la voluntad de poderío lisa y llana de un hombre o un grupo.

La revolución la hace necesaria cierta relación de las fuerzas y de las instituciones. Es suscitada por la crisis que nace de una situación social inaguantable. Gracias a ella, la Comunidad reencuentra su armonía y su fidelidad a sí misma mediante una aceptación repentina de su ser hasta entonces mal conocido. Elige entre la vida y la muerte, entre la duración y el hundimiento. No es libre de rehusar las nuevas condiciones de su permanencia. Puede vacilar, tantear, cometer errores: no le está permitido hacer una buena o una mala revolución. Semejantes juicios de valor no tienen sentido. Hay o no hay revolución según que la Comunidad restaure o no el Estado en sus funciones de superación dialéctica, resolviendo así por una acción excepcional la crisis excepcional que la llevaba a su fin.

Decimos adrede: crisis excepcional. Es normal, en efecto, que el Estado, en cada momento de la evolución histórica, se encuentre frente a nuevas situaciones que necesite sobrepasar. Es éste su papel natural, que no puede desempeñar sino adaptándose a las circunstancias, vale decir, reformándose. La crisis revolucionaria sobreviene, precisamente, de una incapacidad de reforma del Estado. Orgánicamente demasiado débil para efectuar la síntesis de las fuerzas que se enfrentan, o convertido en el instrumento de una de ellas, ¿cómo podría cambiarse por sí solo? El Estado, incapaz de adaptarse a las nuevas condiciones de su misión, sólo se sobrevive a sí mismo abandonando la síntesis por la componenda, o sea renunciando a cumplir sus funciones. Su restauración se hace, entonces, imprescindible.

La revolución no es, por lo tanto, una eventualidad entre otras, que encontramos deseable en circunstancias dadas y podemos aceptar o rechazar según nos dé la gana. Es el acabamiento de un proceso evolutivo, y no podemos elegir ni su marco ni su obra. La lucha de los individuos y los grupos no se desenvuelve en el seno de una sociedad ideal, sino en el de la Comunidad histórica que abarca las fuerzas rivales y da un sentido a su conflicto. Sólo, en efecto, una Comunidad histórica, vale decir, una colectividad dueña de su duración, tiene, por eso mismo, el privilegio de la superación sintética por la cual se afirma y perpetúa. Toda revolución es comunitaria y, recíprocamente, toda Comunidad dura por un movimiento dialéctico que participa de la esencia de la revolución. Dicho con otras palabras: entre el funcionamiento normal del Estado y la revolución no hay diferencia de naturaleza, sino solamente de grado: la superación revolucionaria responde a una crisis excepcional de la Comunidad, mientras que la síntesis que podríamos llamar orgánica no es sino la solución permanente de los antagonismos habituales que el Estado es normalmente capaz de superar.

La revolución es, por lo tanto, una afirmación de la Comunidad que sus contradicciones internas ponían en peligro porque el Estado ya no lograba resolverlas, una victoria de las fuerzas comunitarias presentes en el mismo seno de los grupos antagónicos. Por ella, la lucha se supera por la toma de conciencia de una solidaridad necesaria entre los elementos del conflicto, más poderosa que su rivalidad. La contradicción dialéctica se resuelve en el restablecimiento de la armonía comunitaria, resultado de la acción de un Estado restaurado.

La revolución es, por consiguiente, el producto de la historia, de esta misma historia que la Comunidad va creando, según las necesidades de su existencia, mediante una elección constante entre sus posibi-lidades teóricas. Representa la elección más decisiva, puesto que por ella se resuelve una situación de decadencia mientras que su fracaso marcaría la impotencia de la Comunidad para proseguir su esfuerzo histórico en el sentido de su afirmación. Por la revolución la sociedad vuelve a sus constantes Y se reencuentra a sí misma, vale decir, adopta otra vez un modo de vida conforme con su ser y sus necesidades.

La historia, por lo tanto, pesa con todo su poderío sobre las fuerzas cuyo antagonismo, frente al Estado inútil o nocivo, constituye la crisis revolucionaria, para realizar su síntesis dándoles el sentido comunitario que las hará valederas. La historia es aquí la estructura de la sociedad tal como se ha formado a lo largo de los siglos, el instinto de solidaridad, las costumbres Y tradiciones en que se expresa la subconsciencia del ser social, y por fin la intención directriz encarnada que se rebela contra la decadencia de la Comunidad.

Es evidente que la revolución no puede ser el hecho del Estado mismo, puesto que precisamente sólo resulta útil y posible cuando este último ha perdido su eficacia comunitaria y se convierte en el objeto inmediato de la acción necesaria. Cuando se habla de "'revolución desde arriba" se quiere simplemente decir que las fuerzas revolucionarias victoriosas ya han devuelto su valor social al Estado, volviendo éste a desempeñar correctamente sus funciones. Por lo demás, la liberación del Estado por una minoría operante siempre constituye un mero paso previo a la revolución propiamente dicha.

Si el Estado fuera sólo una resultante pasiva de las fuerzas comunitarias, la expresión inerte de una voluntad social de que emanara, la transformación de la sociedad misma determinaría su regeneración. Pero puesto que es, por el contrario, el creador de la síntesis que se opera en él y el organizador de la Comunidad según la intención histórica de que es depositario, la revolución no puede realizarse sino en él y por él. Prioridad del estadio político, mas no primacía, por supuesto: la revolución, tensión excep-cional, no tiene valor social sino por la armonía y la eficacia comunitaria que restaura al restablecer al Estado en sus funciones. No puede limitarse a paliar la falta de organización por su dinamismo esencialmente momentáneo. Debe resolver los problemas planteados, cuya consecuencia es la crisis; vale decir, modificar en sus causas las relaciones de fuerzas incompatibles con el orden social.
De Mahieu

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